domingo, 17 de octubre de 2010

Habitación - Julián Idrobo

El amor que lo embriagaba cegó la rutina mortal, para que el día floreciera con amores y cantares de una vida más bella. Y al final del día, las tinieblas lo arrancaron de su amada, pero en su corazón quedó impregnado el aroma del amor, de la entrega y el placer.

Terminó la película, sin palabras, sin llanto, sólo con una canción que embriagaba mi ser. El motivo que tuve para ofrecértela era simplemente un sentimiento profundo que me incitaba a quererte más de lo que se quiere a la vida y a la misma madre. El miedo de que no hicieras todo lo que nuestra relación necesitaba, fue un impulso más, que me guío a través de las venas de esa fresa bañada en chocolate. Sólo quería hacerte ver todo lo que estaba dispuesto a darte por el bien de nuestros corazones. Recuerdo que entrelazados en los cuerpos lloramos, y así nos dijimos los temores de perdernos. Un beso, luego otro, y uno más. Una caricia. Un secar las lágrimas de tus ojos con un “te quiero” fortalecía tu interior y el mío. “No tengas miedo”. “Yo estaré ahí para siempre.” ¡Qué bello suena todo esto!

El calor de la habitación siempre fue intenso, pues nuestra presencia se había convertido en el aire acondicionado de cada noche. La cama, fue nuestra cómplice. Sí. De nuestros besos y las caricias, de los “te amo” y los “te extraño”. Esa pared junto al closet, al lado de la puerta, todavía me susurra las veces en que me apoyabas contra ella y me besabas. Y aún más en las que yo era el que lo hacía. Recuerdos, recuerdos, más recuerdos. Y en cada uno de ellos estábamos besándonos. Esa es mi simple historia. Pues las grandes cosas no necesitan de grandes explicaciones.

Aunque ya no sientas el calor que invadía nuestro espacio, quiero que lo recuerdes. Porque al atraer a mí esos recuerdos, siento ese sudor continúo de tu cuerpo en el sueño. Siento ese respirar profundo que brotaba de mis pulmones cada vez que me abrazabas con fuerza. Y lo hacías como si no quisieras que huyera a media noche. Me necesitabas a tu lado para sentir. Porque extrañabas las caricias.

Hoy sé que no era nuestra habitación en la única que vivías. Que ese miedo de perderme era porque ya me estabas perdiendo al compartir tu corazón entre él y yo. Aún recuerdo los momentos en que me nombrabas con su nombre, y sin pedir una disculpa decente te reías de tu error.

Queda claro que te di mi corazón y te abrí las puertas y ventanas de mi habitación. No importan ese huracán que desataste en mí, pues estoy reparando mi cuarto y no sabes lo bello que luce ahora.

Sin embargo, me ha dolido en el alma tener que ver como mendigas un hogar en una habitación nueva, que no tiene nada de lo que yo te ofrecía. Ojala no pases más frío del que te espera ahí, y mucho menos que golpees la puerta de mi habitación cambiada, pues en ella, no hay espacio para tu veneno, tu amor.

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